YA NADA VOLVERÁ A SER IGUAL

YA NADA VOLVERÁ A SER IGUAL
Psic. José Manuel Sánchez Durón
Depsic Psicología y Alto Rendimiento S.C.



                 En el año 2014 el cineasta Gary Shoe estrenó en cartelera la película “Drácula la leyenda jamás contada”, una versión más del hombre vampiro que ha atrapado por décadas el interés de los amantes del cine. En esta versión, el príncipe de Rumanía “Vlad Tepes” va en búsqueda de un extraño y poderoso ser que vive en una cueva tenebrosa para solicitarle ayuda. El motivo es que el sultán de un imperio vecino le ha ordenado al príncipe Vlad que le entregue 5000 niños de su pueblo o de lo contrario amenaza con destruirlo. El extraño ser de la cueva acepta ayudar al príncipe y le propone un trato: le otorgará poderes sobrenaturales  pero le advierte que si en las próximas 72 horas bebe sangre humana entonces será aún más poderoso pero se convertirá en una criatura de la noche (Drácula) para la eternidad. El príncipe decide aceptar el trato pues confía en que logrará resistir cualquier “tentación” de beber sangre por lo que salvará a su pueblo y él volverá a ser el hombre normal que siempre ha sido. Una vez cerrado el trato, el príncipe adquiere los poderes que le prometió el extraño ser y logra hacer frente al ejército del imperio enemigo. Sin embargo ocurre algo inesperado. Los soldados enemigos matan a la esposa del príncipe y éste, en un arranque de ira y locura, decide beber sangre para vengar la muerte de su amada aún a sabiendas de que para él ya nada volverá a ser igual que antes…
                Este breve relato nos ejemplifica algo que, en lo personal, me parece muy interesante: hay acontecimientos que “cambian” a la gente. Cuando digo “cambian” me refiero a que algunos eventos que vivimos nos impactan de tal manera que parece que modifican algo en nosotros, ya sea un sentimiento, o una manera de ver las cosas, o una actitud, etc. Creo que todos(as) nosotros(as) hemos vivido situaciones que nos “marcan” de tal manera que afirmamos que desde ese día algo pasó y que somos un poco diferentes a lo que éramos antes de tal vivencia. Y creo que podemos contar cientos de anécdotas de este tipo. Por ejemplo cuando una persona da su primer beso, o cuando sobrevive a un accidente automovilístico, o cuando ve nacer a su primer hijo o cuando pierde a un ser querido, o cuando descubre algo maravilloso, etc. Cuando una persona vive esta clase de experiencias recibe un impacto emocional tan fuerte que siente que “algo cambió” aunque no sea capaz de decir con claridad qué fue ese “algo”.
                Por supuesto que la magnitud del impacto que vivimos ante cada situación es diferente. Algunas experiencias nos “cambian” más que otras, dependiendo del significado del acontecimiento, del nivel de madurez en el que nos encontremos, de lo repentino o esperado del evento ocurrido, de si estuvimos solos(as) ante la situación o bajo el cobijo de alguien más, etc. Pero lo que quiero enfatizar es que, independientemente de todo lo anterior, es un hecho innegable que ciertos acontecimientos modifican en buena medida algunos aspectos de nuestra forma de pensar y de sentir.
 
                 En mi experiencia dentro del apasionante campo de la psicología me he dado cuenta de que hablar del tema de los “cambios en la vida” genera diferentes reacciones en las personas. Hay quienes ven los cambios con “buenos ojos” y hay quienes temen al cambio. Estas diferentes actitudes ante los cambios (de aceptación o de rechazo) obedecen a diferentes circunstancias. En general, aceptamos el cambio cuando nos encontramos en una situación desagradable o de estancamiento y creemos que un cambio nos llevará a una mejor posición. Por ejemplo cuando nos proponemos “vencer nuestra timidez” y empezar a comportarnos como personas más seguras de nosotros(as) mismos(as). Por el contrario, tememos a un cambio que se avecina cuando sospechamos que traerá consigo consecuencias desastrosas o cuando simplemente no sabemos lo que pueda ocurrir después. Por ejemplo cuando no nos atrevemos a terminar esa relación de pareja en la que, aunque nos sentimos estancados(as) e insatisfechos(as), creemos que resultaría mucho peor quedar solos(as) porque quedaríamos solos(as) e indefensos(as) ante el mundo.
                 Considero que ambas posturas que acabo de mencionar están justificadas ya que tanto quien busca el cambio como quien lo evade lo hacen porque en su experiencia personal han experimentado cambios benéficos (en el primer caso) ó cambios perjudiciales (en el segundo caso). Creo que nuestra actitud al cambio refleja de alguna manera la experiencia que hemos tenido con los cambios que hemos experimentado en el pasado. Y puesto que cada uno(a) de nosotros ha tenido una historia de vida diferente por consiguiente es normal que nuestras actitudes ante los cambios de la vida también sean diferentes. Pero, independientemente de nuestra historia personal, lo que es innegable es que los cambios son inevitables. En buena medida, la vida es cambio constante. A medida que crecemos y nos desarrollamos vamos adquiriendo nuevas experiencias que van modificando nuestra manera de reaccionar ante el mundo. Y no dejamos de aprender con el paso de los años. Cada aprendizaje representa un cambio que ha ocurrido en ti.
                  Desde este punto de vista, resulta muy enriquecedor analizarnos después de que hemos tenido una competencia deportiva importante. Pongamos por caso la Universiada Nacional 2016, el evento deportivo a nivel de educación superior más importante de nuestro país. Tuve la magnífica oportunidad de acompañar el proceso de preparación de estupendos(as) deportistas y entrenadores(as) así como de acompañarles los días de sus actuaciones. Cuando ya quedan atrás las horas de sacrificio y esfuerzo, las lesiones inesperadas, los llantos y las alegrías, las frustraciones y las satisfacciones, sólo nos queda darnos un momento para analizar lo que hicimos. Ninguna planificación deportiva termina cuando ya se ha competido sino que debe incluir también un adecuado y objetivo análisis y evaluación de lo ocurrido. Y este análisis abarca también el tema psicológico. ¿Cómo se hace una evaluación de nuestro desempeño a nivel psicológico?
                  Yo te propongo dos pautas. En primer lugar evalúa tu desempeño a partir de lo que recuerdas haber hecho y de los videos que tengas de tu actuación. Aquí te ofrezco algunas preguntas que pueden ser una buena guía de análisis:
1.- ¿Consideras que durante tu etapa de preparación mostraste un adecuado compromiso a tus entrenamientos?
2.- ¿Fuiste capaz de anticipar posibles dificultades que podrían surgir durante la competencia?
3.- ¿Cómo calificas tu entrega, auto confianza y determinación que mostraste al competir?
4.- ¿Qué es lo más valioso que demostraste al competir?
5.- ¿Qué consideras que debes de mejorar o corregir en tus actitudes al competir?
6.- ¿Cómo reaccionaste ante tus errores o ante los aciertos de tu rival?
7.- ¿Cómo enfrentaste – y manejaste- tu nerviosismo?
8.- ¿Lograste “desconectarte” de cualquier distracción externa para concentrarte en tu competencia?
9.- ¿Te sentías lo suficientemente motivado(a) para competir?
    
                    Sin lugar a dudas que un buen y honesto análisis de las preguntas anteriores te dará algunas pistas para que tengas una evaluación más completa de tu actuación en lugar de solo quedarte con una idea superficial de si tu desempeño fue “bueno” o “malo”.
                    En segundo lugar te propongo un análisis aún más interesante, creo yo. Ahora, en lugar de analizar “a detalle” lo que hiciste o dejaste de hacer,  contempla toda la experiencia que adquiriste en su conjunto.   Piensa “qué te deja” esta nueva experiencia en tu vida y qué aprendiste. No importa si ya has participado en otras universiadas, cada una es diferente ya que llegas en momentos diferentes de tu vida.  No importa si lograste subir al podio o no. En este segundo análisis no importa el resultado sino lo que esta experiencia ha modificado en tu persona. Independientemente de los resultados, cuando nos entregamos plenamente a dar un máximo esfuerzo logramos descubrir aspectos de nosotros(as) mismos que no conocíamos, como por ejemplo  nuestra capacidad para aferrarnos e ir al frente, o de levantarnos de un error, o de combatir con el dolor de una lesión a cuestas, o de “no perder la cabeza” en los momentos difíciles, o de comportarnos como grandes compañeros de equipo apoyando a los(las) compañeros(as), o de lograr manejar al rival, o de controlar y vencer nuestros miedos y dudas, o de confiar en nosotros(as) mismos(as) a pesar de que no contábamos con el apoyo de alguien más, etc. Entonces, ¿qué descubriste de ti?

                   Sin temor a equivocarme te digo, amigo(a) deportista y entrenador(a), que ahora eres otra persona de la que eras antes de este evento. Las grandes experiencias no nos dejan seguir siendo los(las) mismos(as). Ahora nos conocemos mejor. Ahora nos comprendemos mejor. Y así como el príncipe Vlad sabía que una vez que bebiera sangre ya no volvería a ser el de antes, así tampoco tú podrás serlo. Si en esta Universiada venciste un temor, un miedo, una duda o un mal hábito (por muy pequeño que sea) ese temor, miedo, duda o mal hábito ya no forma parte de ti. Si en esta Universiada descubriste una virtud en ti (de esfuerzo, coraje, entrega, pasión, etc.) esa virtud ya forma parte de lo que eres. Como quiera que sea, ahora eres una persona renovada. Enfrenta el reto de cambiar para bien y acepta los cambios que son inevitables. Después de todo, a partir de lo que ya viviste y aprendiste, ya nada volverá a ser igual…  
 
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