La liguilla en el Fútbol Mexicano: ¿Y el análisis psicológico?

LA LIGUILLA EN EL FUTBOL MEXICANO: ¿Y EL ANÁLISIS PSICOLÓGICO?
Psic. José Manuel Sánchez Durón
 
El pasado fin de semana se han eliminado cuatro equipos de los ocho que habían pasado a la liguilla de nuestro fútbol. Como alguien lo dijo, la liguilla es un torneo aparte en el que todo puede pasar y esta afirmación obedece a que el lugar que cada equipo consiguió en la tabla general durante el torneo regular no le determina su pase a la siguiente ronda. Por ejemplo, no es la primera vez que el equipo que había terminado como líder es eliminado en la primera ronda como en esta ocasión le ocurrió al Cruz Azul. En este segundo “torneo” que es la liguilla cualquiera le puede ganar a cualquiera.
El hecho de que durante la liguilla lleguen a darse encuentros con una intensidad mayor que muchos partidos del torneo regular se explica fácilmente: en estas instancias de liguilla cada equipo solo cuenta con dos oportunidades para continuar en sus aspiraciones por el título, un partido de ida y uno de vuelta, nada más. Si en ambos partidos no consigues superar al rival (o si se empata en ambos partidos pero se conserva una ventaja dada por los goles marcados como visitante) estás fuera.
A estas alturas hemos  escuchado cualquier cantidad de análisis en los medios de comunicación sobre el desempeño de los ocho equipos en la ronda que acaba de terminar. En todos esos casos se ha discutido del planteamiento táctico utilizado por los equipos, resaltando los errores y aciertos tácticos que en opinión de cada voz en turno hayan sido responsables de que un equipo se encuentre en la siguiente ronda o esté eliminado. Los análisis tácticos prácticamente acaparan los argumentos en los diferentes medios de comunicación lo cual, si bien es necesario, no me parece suficiente. Desde mi punto de vista un análisis psicológico se vuelve igualmente importante para que el espectador obtenga una perspectiva más completa del acontecer de cada partido. Sin embargo, es claro (y además entendible) que quienes conducen los programas de análisis y debate no poseen los conocimientos suficientes en materia psicológica por lo que cuando intentan aludir a estas cuestiones no abandonan los discursos trillados basados únicamente en cuestiones de actitud, entrega, y otros términos por el estilo.
Claramente, un análisis psicológico no se reduce a externar los puntos de vista personales respecto a si cada analista percibió tal o cual actitud en los jugadores. Estas percepciones son subjetivas y se prestan mucho a impresiones vagas y con poco fundamento. Si bien es cierto que en el futbol sabemos en términos generales a qué nos referimos cuando hablamos de una buena actitud, también es cierto que cuando comenzamos a discutir más a detalle esta cuestión rápidamente surgen discrepancias entre quienes discuten. Así, la expulsión del “Maza” Rodríguez en el partido de ida puede ser interpretada por algunos como una pésima actitud que refleja una desconcentración del jugador, mientras que para otros puede ser calificada como una buena actitud que refleja que el jugador en verdad está sintiendo la pasión del juego. ¿Quién tiene la razón?
Para conducir un análisis psicológico más efímero es necesario identificar nuevas categorías de análisis, menos ambiguas, y que efectivamente nos indiquen pistas sobre lo que queremos analizar. Una “categoría de análisis” se refiere a aquél elemento de nuestro discurso que engloba un aspecto concreto de toda la complejidad que caracteriza un partido de futbol. Por ejemplo, dentro del análisis táctico se utilizan diferentes categorías de análisis como lo son el discutir sobre la ofensiva o sobre la defensiva, sobre la táctica fija, sobre los cambios efectuados, etc. Aunque todos los elementos anteriores se engloban dentro del concepto general de análisis táctico, cada uno se refiere a un aspecto en particular de los que componen dicho concepto.
Así, en el análisis psicológico también es posible identificar diferentes categorías de análisis. Por ejemplo, utilicemos el término de “actitud” al que nos referíamos antes. Para hacer más útil el concepto de actitud como una categoría de análisis psicológico debemos de definir a qué nos referimos cuando hablamos de la actitud de un jugador durante el partido y, sobretodo, especificar que eso que llamaremos actitud se demuestra en la cancha por medio de diferentes conductas de acuerdo a la situación del juego.

Por ejemplo, digamos que por actitud entenderemos la manera en la que cada jugador demuestra que busca competir para ganar. Pues bien, si nos valemos de esta definición, es obvio que la actitud se puede demostrar de diferentes maneras, dependiendo de cada situación particular del juego. Entonces, el jugador demostrará que busca ganar de cierta manera si tiene el balón en sus pies y de otra si debe de ir a recuperarlo. En ambos casos hablamos de dos diferentes categorías de análisis. Aunque tanto las acciones de un jugador con el balón controlado como aquéllas que despliega para robárselo al rival demuestran su búsqueda del triunfo, ambos casos se refieren a situaciones particulares diferentes entre sí.
Entonces es necesario que se discutan los desempeños de los equipos pero en base a la guía que proponen estas categorías de análisis, pues de esa manera dicho análisis será más encaminado y efectivamente nos llevará a una conclusión y no solamente a intercambiar argumentos “sin rumbo”. A partir de lo dicho podemos hacer un ejercicio en nuestro propio análisis: ¿El desempeño de los jugadores del Cruz Azul en las acciones defensivas fue superior al de los jugadores de León?, ¿cuál de los dos equipos demostraba con mayor ahínco que buscaban la victoria cuando debían de resolver una acción defensiva?, ¿alguno de los jugadores de cada equipo mostró menor coraje para defender que sus compañeros?, ¿lo anterior incidió en el resultado? Piense usted en lo anterior e intente realizar su propio análisis para cada uno de los partidos. Resulta un ejercicio mucho más interesante que solamente hablar en términos vagos y generales, no crees?

¿Cómo saber si estoy preparado psicológicamente para competir?

¿CÓMO SABER SI ESTOY PREPARADO PSICOLÓGICAMENTE PARA COMPETIR?
Psic. José Manuel Sánchez Durón
 
 
En el mundo del deporte es cada vez más común el escuchar sobre la importancia de que los atletas enfrenten sus respectivos compromisos con la suficiente preparación psicológica. En general, parece existir un acuerdo dentro de  la comunidad deportiva en que un atleta o deportista que llegue bien preparado psicológicamente a la competencia tendrá un mayor rendimiento que aquéllos sin este tipo de preparación. Es más, algunos entrenadores incluso afirman que hoy en día el factor psicológico es el que determina en gran parte el éxito deportivo.

Por este motivo, desde hace algunos años muchos deportistas han comenzado a interesarse por cuestiones de índole psicológica en su propia preparación y desempeño. Más de uno se ha preguntado alguna vez si se encuentra lo suficientemente preparado psicológicamente para hacer frente a una competencia ya sea de carácter amateur o profesional y, desafortunadamente, no obtiene respuestas claras o satisfactorias a esta cuestión. La razón de lo anterior radica en gran parte, desde mi punto de vista, en que para saber si uno está preparado psicológicamente es necesario partir de una “autoevaluación” (la evaluación de sí mismo) y esto no es una tarea fácil. A lo largo de la historia de la Psicología como un área de estudio independiente (no olvidemos sus raíces desde la Filosofía y las discusiones respecto a si debería de considerarse una rama de la Biología) se han dedicado gran cantidad de trabajos y debates sobre las maneras en las que podría -y debería- de evaluarse lo psicológico, y ello ha derivado en una gran diversidad de posturas. Después de todo, una evaluación implica una “medición”  de aquello que se pretende evaluar, por lo que si pretendemos evaluar lo psicológico deberíamos de contar con instrumentos o métodos eficaces para poder medirlo. Pero ahí radica precisamente el problema: ¿cómo podemos medir con precisión aquello que comúnmente llamamos “lo psicológico”? ¿Es posible hacerlo?
Obviamente este problema nos compete en primer lugar a nosotros los psicólogos y no pretendo extenderme demasiado en este breve escrito. Lo único que busco es ilustrar el hecho de que hacer una evaluación psicológica no es una tarea sencilla ni siquiera para los que nos hemos formado en esta disciplina, y menos aún para un deportista cuyo principal interés es enfocarse en su competencia venidera. Pero entonces, ¿sería mejor que el deportista renunciara a sus deseos de conocer cómo se encuentra psicológicamente? Mi respuesta es: NO.
Si bien es muy complejo evaluarnos a nosotros mismos (autoevaluación) eso no quiere decir que no podamos, cuando menos, encontrar algunas pistas. Para ello es necesario en primer lugar explicitar a qué nos referimos cuando hablamos de “estar preparados psicológicamente”. Quizá algunos deportistas tengan una idea general de a qué se refiere esta expresión pero en mi experiencia me he dado cuenta de que la mayoría de las veces esa idea es muy vaga y confusa. No deja de sorprenderme el hecho de que estamos muy acostumbrados a utilizar frases o palabras aún sin comprender su significado.
Intentaré hacer aquí una exposición sencilla pero que a la vez sea comprensible. Podemos decir que, de manera general, un atleta preparado psicológicamente para una competencia es aquél que reúne una serie de características relacionadas a su forma de actuar y reaccionar antes, durante y después de la competencia. De entre dichas características quiero mencionar las siguientes:

• Saber lo que se tiene que hacer durante la competencia
• Querer competir y saberse capaz
• Controlar la ansiedad precompetitiva y durante la competencia  (lo cual no significa que no la experimente)
• Contar con recursos físicos, técnicos y tácticos para hacer frente a los imprevistos de la competencia
Aunque podríamos hacer un listado de características más extenso que el anterior, estos cuatro puntos son suficientes para exponer mis ideas en este breve texto. Contrariamente a lo que algunos piensan, el estar preparado psicológicamente no es solamente “tenerse confianza” sino que es algo mucho más complejo. Estar bien preparado psicológicamente significa también contar con un plan estratégico para superar al rival (táctica) y para hacer frente a los imprevistos, el hacer un atinado manejo de las emociones adversas y la sobreexcitación que pueden hacernos presa el día de la competencia así como el experimentar el enorme deseo de buscar el triunfo, a pesar del rival, árbitro (juez), clima, espectadores, prensa o del estado de la superficie (cancha, pista, alberca, duela, etc.). Vaya reto ¿no creen?
Si partimos de estas cuatro características para definir al atleta psicológicamente preparado, entonces podemos preguntarnos cómo puede dicho atleta saber si las posee con anticipación a la competencia. Por supuesto es necesario aclarar que, aunque parezca algo obvio, la única manera de corroborar si se está lo suficientemente preparado para competir es precisamente exponiéndose al rigor de la competencia o, para decirlo con una palabra, compitiendo. En cambio antes de la competencia sólo podemos aspirar a obtener una idea aproximada del grado en que hemos alcanzado una preparación psicológica suficiente para afrontar la competencia.
Lo anterior no debe de desanimarnos. Aun si solo podemos obtener una idea aproximada de nuestra preparación psicológica siempre será mejor que dicha idea sea lo más aproximada posible. Y aquí radica lo más interesante: el grado en que un deportista pueda llegar a conocer su estado psicológico precompetitivo depende en alto grado del deportista mismo. Más específicamente, depende de qué tanto el deportista se asesore e investigue sobre las maneras más eficaces para autoevaluarse. Para ello los psicólogos podemos ser buenos asesores puesto que nosotros contamos con una formación académica en la que se nos entrena, entre otras cosas, para evaluar. Pero recalco el hecho de que nosotros solo podemos ser “asesores” en el sentido de que ningún psicólogo por sí mismo puede emitir un juicio cabal, plenamente certero y sin margen de error sobre el estado psicológico de algún deportista puesto que el estado psicológico incluye las sensaciones, percepciones, juicios, etc., del propio deportista, lo que algunos llaman su “mundo interno”, del que el deportista tiene un mejor conocimiento ya que él lo experimenta “en carne propia.”.
Debo de aclarar que no estoy cayendo en una contradicción cuando afirmo por una parte que el psicólogo puede ser un buen asesor y por otra que es el propio deportista el único que conoce sus propias sensaciones. Una cosa es experimentar sensaciones, percepciones, emociones o pensamientos y otra muy distinta es entender que todo aquello que se siente, percibe o se piensa antes de una competencia es un indicio de que se está listo para competir. La gama de emociones  y pensamientos que sobrevienen y abruman también pueden confundir al que los experimenta. Aun el más experimentado puede llegar a dudar de si lo que siente previo a la competencia que se aproxima es lo que debería de sentir, o de si lo que piensa es lo que debería de pensar, por la sencilla razón de que las circunstancias son cambiantes. Cada competencia es diferente a la anterior y, por supuesto, el atleta también cambia con el tiempo. Por lo tanto, al deportista le viene bien hacer mancuerna con alguien externo a él que con mayor objetividad le ayude “a no perderse en el torbellino que trae en la cabeza”. Un psicólogo deportivo con suficiente preparación será muy útil en ese sentido.
En resumen, recomiendo que el atleta reflexione sobre la importancia de tomar en cuenta su estado psicológico de precompetencia.  Las cuatro características que he mencionado aquí pueden ser una pequeña (pero útil) ayuda para guiar esa reflexión. Es imposible que logres saber con exactitud si estás listo para competir si aún no has competido, pero si buscas y encuentras algunas pistas de que tu funcionamiento psicológico va por buen camino seguramente eso también ayudará a tu propia confianza. Nunca estará de más que te apoyes y asesores con la gente que se ha preparado para ello. Es tiempo de borrar el estigma de que al psicólogo hay que buscarle solo cuando se está mal de las “facultades mentales”.  Este viejo cliché ya ha sido superado en la labor que desempeña el psicólogo en diferentes ámbitos de la vida. El deporte no es la excepción.

No morir en tres batallas es nacer tres veces

NO MORIR EN TRES BATALLAS ES NACER TRES VECES
Psic. José Manuel Sánchez Durón

Definitivamente la vida es una experiencia de retos. Los seres humanos desarrollamos nuestras maneras particulares de hacer frente a las demandas de la vida, mismas que varían en un sentido o en otro. Algunas personas evaden los retos, pero otras los buscan, los procuran. Diferentes estudios han intentado identificar si determinados tipos de personalidad pueden explicar el hecho de que ciertas personas se expongan continuamente a grandes retos, aunque a la fecha los resultados no son concluyentes. Pongamos el caso de los deportes. Los deportes pueden clasificarse a lo largo de un continuo que va desde los deportes menos extenuantes hasta aquéllos en los que prácticamente el atleta “deja su vida en ello”. ¿Por qué un atleta decide voluntariamente entregarse a esta última clase de actividad? ¿Por qué un ser humano en su “sano juicio” elige pasar horas y horas de entrenamiento para participar en una prueba que le consuma toda su energía vital prácticamente hasta el límite? Esta clase de cuestiones no se resuelven fácilmente recurriendo solo a un concepto -que si bien es útil no resulta suficiente- como lo es el de la personalidad.

Ahora bien, independientemente de las razones por las que una persona se entregue a los deportes de altos retos, lo cierto es que resulta sumamente apasionante participar de ellos ya sea como atleta o tan solo como espectador. Un atleta que se aferra a conseguir su objetivo (una marca, una medalla) merece todo nuestro respeto por el solo hecho de haberse levantado por la mañana el día de la competencia diciéndose a sí mismo “hoy lo entregaré todo”.

Recuerdo un viejo dicho urbano que sugiere que lo que no nos mata nos hace más fuertes y pienso, por ejemplo, en el caso de un maratonista. En un maratón se realiza un gasto energético tal que un individuo no suficientemente preparado no lograría terminarlo sin verse afectado seriamente en su equilibrio metabólico. En la parte final de un maratón el cuerpo ha quemado una cantidad enorme de calorías y ha evaporado tantos líquidos que los músculos se encuentran al borde del calambre y los circuitos cerebrales parecen desfallecer. No me queda duda de que, si el dicho al que me he referido tiene alguna validez, todo maratonista termina su prueba siendo un espíritu mucho más fuerte por el solo hecho de no haber perecido en ella.

Pero, ¿por qué no lo hacemos más complicado? ¿por qué en lugar de exponer la integridad física una vez no mejor lo hacemos tres veces? Por muy insensatas que pudieran parecer estas ingenuas preguntas no deja de llamar la atención que una porción de la humanidad (adicta a los retos corporales) ha emprendido esta aventura. El triatlón constituye una de las pruebas más duras para un atleta, en el sentido de que es altamente exigente y arduo. En el triatlón se pone a prueba no solo la habilidad motora sino sobretodo la entereza de carácter para dar una brazada más, un pedaleo más o una zancada más, aun cuando brazos y piernas parecen decididos a detenerse obedeciendo a eso que algunos llaman “instinto de supervivencia”. 

Pero el caso es que ni los brazos ni las piernas se detienen, y el atleta logra la hazaña de cruzar la meta que automáticamente lo coloca en el podio de la especie humana. Lo que viene después sobra, así se trate de una medalla, golpes de calor, sofocación o desmayo. Lo importante es el hecho de haberlo conseguido y de demostrarse que se es capaz de caminar por la línea que demarca los límites humanos y volver al mundo para platicarlo con el resto de los mortales. El comprobar que es posible sobrevivir a un reto de esta envergadura sin desfallecido equivale a tener la oportunidad de imponerse nuevos y más altos retos. Porque tocar los límites y no morir es como haber renacido no solamente más fuerte sino, sobretodo, más humano.

Por todo ello creo que si alguna duda queda de que lo que no nos mata nos hace más fuertes, el triatlón representa una magnífica oportunidad para corroborarlo.